Un cuento corto, de la amistad, de la existencia, de los recuerdos. Desopilante y de final inesperado, lo he compartido en una edición privada con mis amigos, ahora para todos ustedes.
Espero que les guste, desde ya gracias
De
Aire…
“El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán
mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde
estaba pintado el rótulo
y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó
todo esto”.
Fernando
Pessoa.
Hubiera
sido una mañana normal para Fabio Luis de no ser por la inusual tranquilidad de
la que gozaba en la oficina de su
panadería, no sonaba el teléfono ni el celular, nadie había llamado por
consultas, no lo habían solicitado por inconvenientes en la producción. La escena
parecía una foto, silencio. El, sentado frente a su ordenador, inmóvil luego de
haberse tomado un café.
Tres
golpes fuertes en la puerta y un grito destemplado rompieron la breve paz de la mañana:
—¡Fabiooo, Fabiooo! —y así,
sin más, entró familiarmente a la oficina, se desplomó en una de las sillas y
dijo —¡Que mañanita!
Fabio
no salía de su asombro. El hecho lo
arrebató, una mezcla de sorpresa y emoción aceleraron sus latidos, hicieron
perder el ritmo de su respiración. Sin poder sobreponerse balbuceó con voz
entrecortada:
—¡Hugo querido, que
sorpresa!¿Qué estás haciendo acá? —dijo mientras se incorporaba para intentar darle un abrazo.
—¡No seas cargoso, sabés
que me cansan tus adulaciones! —dijo Hugo con gesto de fastidio y complicidad.
Apareció en su oficina
esa mañana, pero Hugo había muerto hacía casi diez años. Era imposible, era
irreal, había caído mucha lluvia sobre su muerte. Cuando al momento lo supera
con creces el asombro: ¿Qué se hace?, ¿Se sale corriendo?, ¿Te tiras por la ventana?,
¿Morís de sorpresa? O seguís la corriente de la situación para descubrir que está sucediendo. Fabio quería saber de qué se trataba.
Hugo.
Su nombre era Hugo Chamberco, un personaje imposible, de esos que para
recordarlo se necesita verlo solo una vez. Un metro noventa, pelos largos y
despeinados. Sus dientes delanteros tipo conejo, renegridos por los tres atados de
Chester que fumaba. Superaba los ciento
cincuenta kilos, usaba pantalones tiro corto, por lo que cada vez que se
agachaba se le veía (y mucho) la raya del culo. Se reía el desfachatado cuando
eso sucedía. A pesar de lo descuidado de su apariencia, Hugo había adquirido
con los años una rara sabiduría, fruto de su desprejuiciada vivencia callejera.
Fabio
lo había conocido hacía unos cuarenta
años de forma casual. En la calle 9, una tarde, escuchó desgarradores alaridos,
miraba, miraba y a nadie veía. Luego, a unas cuadras, vio aparecerse a un gigante llorando
desconsoladamente, revolcándose en la vereda y dando gritos atormentados.
—¿Porque a mí, Dios,
porque a mí?
Ni
la gente que por allí caminaba ni Fabio Luis podían salir del asombro,
semejante loco gritando y revolcándose en la calle con algo entre sus brazos.
Sucedía que, por desgracia, a Hugo se le había muerto su perrito Pequinés y mientras
lo sostenía y lloraba, quien sabe donde lo estaba llevando. Un escándalo. Así lo conoció Fabio y así de
escandaloso fue el gordo durante todos
esos años en que fueron amigos.
Hugo
trabajó en muchos lugares, tenía más habilidades de las que alguien podría imaginar. Fue camionero,
estibador de depósito, envasador de azúcar, de arroz, de aceite, tuvo verdulería. Una anécdota en cada
uno de los lugares donde trabajó. Era intrépido, dicen que con los camiones
hacia las maniobras de lo más sorprendentes, y también eran sorprendentes sus infracciones
de tránsito. Pues bién, sin embargo, el
registro de conductor de Hugo: Impecable.
No podía progresar, eso
lo desesperaba, siempre contando las monedas para llegar a fin de mes o para
darle un gustito a Lala, su esposa, a quien le profesaba una religiosa y
sincera adoración.
Y
se canso de trabajar.
Un
buen día dijo: —“Voy a vivir del aire”—.
No necesitaría más de un sueldo,
ni de una ayuda del estado. No le pediría prestado a sus amigos y ni loco robaría
a alguien, simplemente se dedicaría a vivir de lo que a los demás les sobrara o de lo que nadie le prestara ya más atención.
Y
así fue. El hacia changas por su cuenta
con lo cual solventaba los gastos de su familia
y “todo, absolutamente todo” lo que pudiera obtener de lo que nadie usara
o de lo que nadie prestara ya más atención
seria para progresar y si se podía, juntar ahorros.
Se
le había ocurrido esa profesión mientras trabajaba de estibador en un depósito,
Hugo podía acomodar bolsas o cajas de manera que quien lo controle cuente 50
unidades cuando en realidad en la pila había 48. Pasaba todos los controles de
stock sin problema y de vez en cuando se hacía de algún bultito para él.
Decidido,
comenzó fabricando pasteles de membrillo, había inventado un método de hacerlos
económicos sin que lo parecieran. Usaba
una tapa de masa en vez de dos y los armaba de una forma tan extraña que los
pasteles quedaban inmensos pero con poquísimo peso. Obvio, los vendía a precio de pasteles normales por
todo Berisso, y por obra de su marketing callejero un poco más caros también. Andaba en una Siambretta
con un carro de tres ruedas. La moto era ruidosísima y él se desgañotaba
gritando: “¡A los pasteles! ¡Pastelitos!”.
Y
efectivamente progresó, logro construir un galpón y comprar algunas maquinas usadas a precio de
ganga.
Luego
fabricó bolas de fraile, las vendía a la
salida del baile los fines de semana, iba con su Siambretta y en una mesa ofrecía a los jóvenes su producto. Recuerdo
haber visto a Fabio, joven en esa época y pasado de alcohol, durmiendo con un pantalón
blanco embarrado un sábado de lluvia bajo la mesa donde Chamberco vendía las
bolitas.
El
negocio radicaba en una cuestión: Había inventado un nuevo concepto de mercadeo,
la innovadora “Oncena”. Las bolas de fraile se ofrecían por docena, en el apuro de los jóvenes por comprar, Hugo les
daba charla y en vez de doce bolitas le entregaba once. Pacientemente separaba
los pesos de las bolitas que no había entregado y comenzó, ahora así, a
ahorrar. Triunfar al fin con su sueño.
Después,
compro una vieja pero pituca Estanciera y cambio de escala comercial. Pensaba hacer
un negocio revolucionario, materializaba así sus proyectos. Soñaba con una rentabilidad
infinita. Inspirado en la tan popular
“Compra-Venta”, teniendo ya la
camioneta y un teléfono en el galpón, imprimió tarjetas de su nuevo negocio al cual
llamo “Sobra-Venta” con su número de teléfono y lo repartía por todos lados. A
quien le sobraba algo él se lo retiraba y el secreto era que no pagaba
un céntimo por el objeto retirado,
luego lo revendía al mejor precio que pudiera. Se generaban situaciones
de lo más desopilantes. Nunca pago un centavo por objeto alguno y fueron cuantiosas sus ventas que pasaron a engrosar sus ya apreciables ahorros.
Esos
fueron los años dorados de Hugo, caminaba la Avenida Montevideo visitando a sus
amigos, cuidaba también a sus sobrinos. En el galpón, preparaba chocolate con
torta para los chicos, los ayudaba con los deberes, les compraba libros, ellos
eran su gran debilidad. Interminables rondas de mate y charla se hacían en su
galpón, inclusive Fabio Luis lo visitaba.
El mundo no escribe siempre la palabra bondad, y las
almas victimas se van apagando de a poquito bajo su yugo.
Una
banda de muchachos, no se sabe porque, le dieron una soberana paliza al pobre
Hugo. Rostro desfigurado, un par de huesos rotos. El lamento tiene en esas
fatalidades, rostros desconocidos. Comenzó
lentamente a salir menos, a trabajar menos, a tener algunos delirios de
persecución y su imponente impostura se fue convirtiendo en
una presencia taciturna. Ya no daba esos gritos que lo hacían un tipo tan
particular, ahora era un hombre callado
que compartía charlas con unos pocos amigos, entre ellos Fabio.
Cuando
el universo mira duro, hace las cosas duras de verdad, y como naipes, lo que
antes parecía solido, hoy de un soplido se cae. Tal vez el dolor más duro de
Hugo Chamberco fue cuando tuvo que separarse de Lala después de tantos años. El
camino de la soledad estaba declarado. Se refugió en su galpón y en sus
Chester, era, en esos tiempos, una sombra de él.
Una
noche, mientras miraba televisión, Hugo se quedó dormido con un Chester en la
mano y hubo fuego, un fuego implacable que hizo en un minuto desaparecer todo
el galpón. Nunca supe, ni nadie supo cuanto había perdido esa noche, pero el
incidente devino en problemas de salud y así Hugo un día, no recuerdo la fecha,
termino por apagarse.
Murió
solo, el aire de la realidad lo condeno a la desolación, muy pocos de sus
amigos lo visitaban, inclusive Fabio Luis lo había abandonado. Pocos hojearon
al cielo para pedirle perdón.
Pero esa mañana tranquila, el Hugo, el gordo, luego de casi
diez años, estaba en la oficina de Fabio Luis que no podía salir de su asombro.
—Dejame darte un abrazo,
al menos —le dijo.
—¡Pero Fabio, que estas
pesado hoy!
Se prendió un Chester y
mirándolo con sorna le dijo:
— ¿Sabes que necesito?
La formula de la medialuna de tu abuelo, tengo un negocio que no me lo quiero
perder.
—Te la doy, no tengo
problema. —Le contesto Fabio— ¿Se puede saber para qué?
—Si, por supuesto, —le
respondió— quiero fabricar medialunas de
aire, y la formula de tu abuelo es la ideal para poder hacerla.
—¿Media luna de aire? Imposible, estás loco Hugo.
—Loco e imposible en la
tierra, en el mundo de los vivos. Donde
yo estoy, con solo querer y saber, uno puede lograr cualquier cosa. Hacer una
casa sin ladrillos, un auto sin ruedas, una medialuna sin siquiera harina, pero
tenés que saber hacerla, tiene que ser perfecta para que salga.
Escéptico
Fabio Luis accedió, no sabía decir que no, además Hugo, un amigo al que él había
abandonado le pedía un favor, no podía negarse. Recordaba también la amistad
que unía a Hugo con su abuelo. Además: ¿Qué demente más que Hugo puede pensar
que podría llegar a salir bien una medialuna de aire?
Fabio
bien sabía hacer medialunas y conocía de memoria que función cumplía cada uno
de sus ingredientes. Hicieron montones de pruebas algunas salían bien, otras no
tanto, fueron sacando uno a uno los ingrediente y sorpresivamente seguían
saliendo medialunas.
Por
último sacaron la harina de la receta,
amasaron, cortaron los triángulos, las enroscaron, las pusieron en la lata
y las pusieron al horno para la cocción.
Fue
un momento muy tenso la espera mientras se cocinaban. Medialunas de aire y estaban casi listas, era
imposible, una locura. Hugo, sin dudas, había enloquecido.
Al
abrirse el Horno, deslumbrantes medialunas lucían humeantes. Fabio, no salía de su asombro, “¿Loco e
imposible en la tierra?” —Pensó— se sentía extraño, como en una nube, cayó en
la cuenta que…
—Si,
Fabio, mi amigo. He venido a buscarte, estando juntos, nos haremos muy buena companía…
Nunca
puede adivinarse lo inverosímil o lo sobrenatural. Lo cierto es que una amistad, con todo lo
bueno y con lo no tanto, trasciende y da consuelo más allá de la vida. Y eso,
sí que importa.
Editado en Berisso, Provincia de Buenos Aires, Argentina
en Octubre de 2021
Letra: Anton C.Faya
Edición: Mercedes Amiel
Foto: J.P. Korpa
Lo volví a leer, genial ,te pasaste y te felicito!
ResponderEliminarTe agradezco Vanessa. Tu entusiasmo contagia...
EliminarUn relato muy bien presentado y redactado, felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy agradecido Rafael por tus consideraciones Abrazo.
EliminarPrimera vez que llego a este espacio y me encuentro este relato genial!!! Me han gustado varias cosas en el!!!La fluidez de los acontecimientos, la forma en que está narrado tan natural, asi...al pan pan y al vino vino...como hablamos los argentinos ajajajja..las caracteristicas de la trama.. esos trabajos y la forma en que se "las rebuscaba" Hugo...jajaja realmente mortales y muy reales por aqui!! ajjajaj y todo lo demás que fue aconteciendo hasta ese cierre ...si que inesperado.. Creo que el protagonista se da cuenta bastante tarde que lo han venido a buscar..Me ha encantado!!! Sabes que vivi en La Plata muchoooooossssss años.. !!! Un abrazoooo y feliz fin de semana
ResponderEliminarUfff me alegraste y bien alegrado el día, soy nuevo en esto del blog y nuevo también en los relatos, te confieso que los vivo a medida que los escribo y vos lo has disfrutudo como he soñado que se puede disfrutar un relato... No tengo mas que agradecerte...
EliminarMe has hecho pensar en amigos míos que han muerto.
ResponderEliminarDaría cualquier cosa por que resucitaran.
Buen relato.
Te agradezco tu interés, y me place que hayas disfrutado la lectura. Gran abrazo.
EliminarUn maravilloso y extraordinario cuento, el cual aplaudo frenéticamente. Felicitaciones, poeta.
ResponderEliminarHugo, como agradecer este apoyo incansable que me regalas a lo largo de toda la red. Te abradezco mucho amigo mio.
EliminarLos dos amigos continuaron juntos su andar en otro plano, disfrutando de su creación de medias lunas de aire. Es un gran cuento, no es nada breve para blog, pero la agilidad con que está contado, logra que su lectura sea breve. Así me gustaría, que cuando sea el día, irme con alguno de 3mi gente que ya no está por acá.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sabes Sara? Este cuento me vino a la mente una madrugada que mi buen amigo Hugo me visito muy real en un sueño. Escríbeles a tus amigos y terminarán por visitarte. Agradecido contigo.
EliminarInteresante tu blog Te leo
ResponderEliminarEs un honor participar en la comunidad y que en cierta forma guste como en este caso. To te agradezco, voy ya mismo a visitar tu espacio. Saludos...
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