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domingo, 24 de octubre de 2021

DESPERTARES

 





Despertares

   

           Y desperté.
         Después de un  sueño sin alternativa, desperté. No sé si es que los sueños no sabían de mí, pero así postrado, habitaba sin recordar mi memoria, todo era una bruma en que no se podía navegar, un lugar y un tiempo en el que nunca había sido. Era yo un error furioso, era un refugiado de la muerte. No había rostros en donde posar el afecto. Mi tierra, esa en que nací, era un universo hueco. Me arrancaron todo  ayer y me dejaron sintiendo todo el hoy. El rostro de la nada misma.
 De tanto desierto:¿Se me habrá vaciado el alma?

        A mi alrededor tres ángeles vuelan suspendidos en su infancia. Brillan sus alas, florecen en ellos dulcísimos cantos de eucaliptos que inundan todo este lugar extraño. Juegan a lo que no sabe que esperar, maquillan soles con rubores y perfumes, festejan con vinos de cerezas. Conciben colores, palabras milagrosas, inventan miradas. Pero no me ven, solo flotan a mi alrededor indiferentes.
 -¿Quiénes son? –Pregunté-.
-Son soñadores, desnudan la memoria de pensamientos feos, aman, hacen que la humillación se convierta en asombro, inventan puertas de la felicidad, viven la fantasía de la esperanza, solo soñando -me respondió-.
-¿Y yo quién soy?
-Vos eres uno de los personajes de sus sueños, vos vives en sus sueños, si ellos te olvidan, desapareces y mueres, así simplemente. Pero si los entiendes, si deseas por ellos, por su libertad, por su plenitud -esa que vos nunca has tenido- crecerán sus alas y sus vuelos pueden explorar infinitas maravillas.
-¿Y qué hago? -volví a preguntar-.
-¡Ve con ellos!... -me respondió-
 
        No podía.
        Mis deseos lucían como banderolas remendadas, el solo querer no hace que las cosas sucedan si el alma esta flaca y los sueños más livianitos que su sombra. La tristura que llevaba puesta me paralizaba.
         Pero eran tan bellos, tan luminosos esos ángeles soñadores, que despertaron no se qué secreto en mi, y a pesar que el dolor dolía más que nunca y que las dudas eran muchas más que las certezas. Me levanté, y -de repente-, adoré esa magia que tienen los manotazos del corazón, tan iluso y con esa fuerza casi sin preaviso. Y fui hacia ellos.
         Y los ángeles -de repente- dejaron de jugar y comenzaron a mirarme, y comencé a caminar ya con más fuerza y al acercarme me detuve, nos miramos.
Los tres ángeles sonrieron al verme claramente.
 
-Papá... ¡No sabes cuánto te extrañamos!..
Anton C. Faya
 

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